CHARLES BLAKE

Para soñadores que como yo, plasman sus pensamientos sobre un papel en blanco.

sábado, 10 de noviembre de 2012

RUBÉN DARÍO




Félix Rubén García Sarmiento, conocido como Rubén Darío, fue un poeta nicaragüense, máximo representante del modernismo literario en lengua española. Es posiblemente el poeta que ha tenido una mayor y más duradera influencia en la poesía del siglo XX en el ámbito hispánico. Es llamado príncipe de las letras castellanas.
Para la formación poética de Rubén Darío fue determinante la influencia de la poesía francesa. En primer lugar, los románticos, y muy especialmente Víctor Hugo.  
Para él, como para todos los modernistas, la poesía era, ante todo, música. De ahí que concediese una enorme importancia al ritmo. Su obra supuso una auténtica revolución en la métrica castellana. Junto a los metros tradicionales basados en el octosílabo y el endecasílabo, Darío empleó profusamente versos apenas empleados con anterioridad, o ya en desuso, como el eneasílabo, el dodecasílabo y el alejandrino, enriqueciendo la poesía en lengua castellana con nuevas posibilidades rítmicas.
 En esta ocasión he elegido un poema suyo titulado "La cabeza del rabí". La razón es bien sencilla, me encantan las historias de reinos, princesas y malvados. Aquí os lo dejo, espero que os guste:

    ¿Cuentos quieres, niña bella?
    Tengo muchos de contar:
    De una sirena del mar,
    De un ruiseñor y una estrella,
    De una cándida doncella
    Que robó un encantador,
    De un gallardo trovador
    Y de una odalisca mora,
    Con sus perlas de Bassora
    Y sus chales de Labor.
    Cuentos dulces, cuentos bravos,
    De damas y caballeros,
    De cantores y guerreros,
    De señores y de esclavos;
    De bosques escandinavos
    Y alcázares de cristal;
    Cuentos de dicha inmortal,
    Divinos cuentos de amores
    Que reviste de colores
    La fantasía oriental.
    Dime tú ¿de cuáles quieres?
    Dicen gentes muy formales
    Que los cuentos orientales
    Les gustan a las mujeres;
    Así, pues, si esos prefieres
    Verás colmado tu afán,
    Pues sé un cuento musulmán
    Que sobre un amante versa,
    Y me lo ha contado un persa
    Que ha venido de Hispahán.
    Enfermo del corazón
    Un gran monarca de Oriente,
    Congregó inmediatamente
    Los sabios de su nación;
    Cada cual dio su opinión,
    Y sin hallar la verdad
    En medio de su ansiedad
    Acordaron en consejo
    Llamar con presura a un viejo
    Astrólogo de Bagdad.
    Emprendió viaje el anciano;
    Llegó, miró las estrellas;
    Supo conocer en ellas
    La cuita del soberano;
    Y adivinando el arcano
    Como viejo sabidor,
    Entre el inmenso estupor
    De la cortesana grey,
    Le dijo al monarca: -¡Oh rey!
    Te estás muriendo de amor.
    Luego, el altivo monarca,
    Con órdenes imperiosas
    Llama a todas las hermosas
    Mujeres de la comarca
    Que su poderío abarca;
    Y ante el viejo de Bagdad,
    Escoge su voluntad
    De tanta hermosura en medio,
    La que deba ser remedio
    Que cure su enfermedad.
    Allí ojos negros y vivos;
    Bocas de morir al verlas,
    Con unos hilos de perlas
    En rojo coral cautivos;
    Allí como una áurea lluvia
    Una cabellera rubia;
    Allí el ardor y la gracia,
    Y las siervas de Circasia
    Con las esclavas de Nubia.
    Unas bellas adornadas
    Con diademas en las frentes,
    Con riquísimos pendientes
    Y valiosas arracadas;
    Otras con telas preciadas
    Cubriendo su morbidez;
    Y otras de marmórea tez,
    Bajas las frentes, y mudas,
    Completamente desnudas
    En toda su esplendidez.
    En tan preciosa revista,
    Ve el rey una linda persa
    De ojos bellos y piel tersa,
    Que al verle la vista,
    El alma del rey conquista
    Con su semblante la hermosa
    Y agitada y ruborosa
    Tiembla llena de temor
    Cuando el altivo señor
    Le dice: -Será mi esposa.
    Así fue. La joven bella
    De tez blanca y negros ojos,
    Colmó los reales antojos
    Y el rey se casó con ella.
    ¿Feliz dirás, tal estrella,
    Emelina? No fue así:
    No es feliz de reina allí
    La linda persa agraciada,
    Porque ella está enamorada
    De Balzarad el rabí.
    Balzarad tiene en verdad,
    Una guzla en la garganta,
    Guzla dúlcida que encanta
    Cuando canta Balzarad;
    Viole un día la beldad
    Y oyó cantar al rabí;
    De sus labios de rubí
    Brotó un suspiro temblante...
    Y Balzarad fue el amante
    De la celestial hurí.
    Por eso es que triste se halla
    Siendo del monarca esposa
    Y el tiempo pasa quejosa
    En una interior batalla.
    Del rey la cólera estalla
    Y así la dice una vez:
    Mujer llena de doblez:
    Di si amas a otro, falaz.
    Y entonces de ella en la faz
    Surgió vaga palidez.
    -Sí -le dijo-, es la verdad;
    De mi destino es la ley:
    Yo no puedo amarte, ¡oh rey!,
    Porque adoro a Balzarad.
    El rey, en la intensidad
    De su ira, entonces, calló;
    Mudo, la espalda volvió;
    Mas se veía en su mirada
    Del odio la llamarada,
    La venganza en que pensó.
    Al otro día la hermosa
    De parte de él recibió
    Una caja que la envió
    De filigrana preciosa;
    Abrióla presto curiosa
    Y lanzó, fuera de sí,
    Un grito; que estaba allí
    Entre la caja guardada,
    Lívida y ensangrentada
    La cabeza del rabí.
    En medio de su locura
    Y en lo horrible de su suerte,
    Avariciosa de muerte
    Ponzoñoso filtro apura,
    Fue el rey donde la hermosura:
    Y estaba allí la beldad
    Fría y siniestra, en verdad;
    Medio desnuda y ya muerta,
    Besando la horrible y yerta
    Cabeza de Balzarad.
    El rey se puso a pensar
    En lo que la pasión es;
    Y poco tiempo después
    El rey se volvió a enfermar.

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