Con este sugerente título
pretendo hacer un guiño a la realidad que nos rodea. Al mismo tiempo, muchos
lectores pensarán la irreverencia de mis comentarios. Pero ya me conocen, tengo
el gran defecto de decir lo que pienso.
Me preguntaba ¿por qué resulta
tan atrayente el mundo del fútbol para la especie humana?
Al fin y al cabo, no son más que
22 hombres en calzones corriendo detrás de una pelota. Claro está, con la sutil
metáfora de “introducir” el esférico en un hueco de profundidad incalculable.
Dejando a un lado ese ridículo
detalle, deberíamos profundizar algo más en el asunto. Es una realidad incontestable
que muchas personas se sienten atraídas por el espectáculo creando con ello un
sinfín de ceremonias donde las relaciones interpersonales explotan al exterior
de numerosas formas diferentes. Algunos toman el encuentro como una excusa para
reunirse con los amigos, acompañados de una sabrosa cerveza y un jolgorio
adolescente. Otros en cambio, los más afortunados, contemplan a los atletas
semitatuados, desde el mismo lugar del ritual. Este segundo espécimen grita
acaloradamente, pronuncia palabras malsonantes (algunas de ellas dirigidas a
parientes cercanos a alguno de los protagonistas) o en el caso más exacerbado,
se agarran zonas prominentes con gestos de indecencia o lucen sin pudor el
busto femenino, al igual que algunas hembras de nuestro planeta hacen para
seducir al macho.
Este fenómeno sociológico resulta
altamente contagioso, puesto que después de unos noventa minutos de éxtasis
sublime, la conversación puede durar semanas entre los amantes del ritual, ya
sea en sus lugares de trabajo, como escuchando en la radio las mismas jugadas
una y otra vez sin dar el más mínimo
síntoma de agotamiento. Algunos incluso pueden llegar a las manos para defender
el color de la camiseta sudada de los muchachos.
Pero analicemos a los verdaderos
protagonistas del ritual. Si observamos con detenimiento a los individuos que
saltan y trotan sobre el césped, sombras de la divinidad que visten zapatillas,
comprobaremos que cumplen con tres coincidencias curiosas: son jóvenes varones,
ricos y apenas ninguno supera los estudios básicos. No hablaremos hoy del bulto
sospechoso que corre junto a ellos vestido de negro y que nadie entiende.
Entonces, si estas variables se
repiten una y otra vez… ¿Qué es lo que esconden para atraer a sus adictas
presas?
Algunos psiquiatras se atreverían
a decir que, tras esa fuerte atracción traducida en la habilidad que demuestran
con las piernas los susodichos, algunos seguidores esconden una feminidad
sospechosa. Más si cabe, cuando analizamos una musculatura ausente de
vellosidades y unos pantalones cortos y ajustados. Pero como el que les escribe
es uno de esos enfermos que siguen con los ojos cada movimiento del jugador,
les diré que me plantearía serias dudas. Mi condición sexual se encuentra, a
mis años, bien definida y con pocas
ganas de experimentar nuevos territorios. ¿Pero quién sabe?
Por otra parte, las humanas de
nuestra especie, también se sienten atraídas por el ritual de forma bien
distinta. Como es bien sabido, sus hábitos y gustos pueden variar sobremanera
del macho, pero algunas disfrutan del rito al igual que ellos. Sin embargo,
entre sus diferencias más notables, podemos encontrar síntomas contrarios al
varón. Algunas llegan a la sudoración con el simple hecho de contemplar la
estampa del joven en calzoncillos, dándoles lo mismo si el balón corre hacia un
lado u otro. He llegado a oír que algunas pueden llegar a perder el
conocimiento con el simple hecho de ver cómo sale de un hotel, con su chándal de
los domingos, con dos orejeras ruidosas en sus oídos y con mirada felina de
macho alfa. Otras en cambio, coleccionan imágenes de los chicos, que adornan sus paredes o
lugares más insospechados, llegando a tener sueños “deportivos” de algún tipo
con el protagonista de la instantánea. Un caso curioso, sí señor.
Pero siguiendo con esta especie
de estudio sociológico, es comprensible que conductas irracionales acompañen a
mujeres y adolescentes.
¿Quién no podría rendirse a ese
gesto tan masculino de escupir sobre la hierba? Sí, lo que han leído. Chicos
que odian que otro jugador les toque, pero sin embargo no dudan en compartir
sus salivas cuando caen en el mismo lugar donde el otro ha puesto la “marca”.
¿Quién no reconoce un cosquilleo
sutil en el estómago cuando dos de esos púberes se dan tortitas en el trasero
para celebrar lo que llaman ¡goooooool! Por cierto, la palabra de nuestro
idioma que más “oes” lleva escrita.
¿Quién no podría dejarse abandonar
por deseos lascivos cuando contempla a una de esas figuras rascarse sin
disimulo aquellas partes reservadas que elevan al erotismo a cotas insospechadas? O cuando se levanta
la camiseta para mostrar esas chocolatinas que todos los hombres llevamos
dentro pero no nos atrevemos a enseñar por modestia. Es como si le pidiéramos a la hembra
que mirara hacia otro lado cuando el pavo real macho airea sus “plumas”.
¿O quién se negaría a redimir sus
sentimientos cuando piensa en dónde pueden terminar esos tatuajes de símbolos
inexplicables?
En fin, llegamos a la conclusión
de que no debe ser por el estatus económico de esos chiquillos de media barba
(no todo es el dinero), no puede ser por esa magnífica habilidad innata que han
pulido con tantos y tantos años de sacrificio. Yo diría más bien que debe ser
por la elegancia al vestir, por sus gestos altivos al tiempo que corteses, por
sus miradas inquietas y masculinas, por ese gran favor que otorgan a la sociedad,
dando lo mejor de sí mismos durante al menos… ¿quince años? para que nuestra
vida cobre mayor significado.
22 sublimes sombras sudorosas
cargadas de feromonas…
¿Alguien lo duda?
CHARLES BLAKE
Igualmemnte te deseo, amiga mía.
ResponderEliminarY que mal la pasan los aficionados si pierden el partido se ponen de un mal carácter hasta con sus familiares.
ResponderEliminar