Las hilanderas del destino, las
damas blancas, negras o verdes, las buenas madrinas, las musas…muchos nombres para uno de los seres
que más han atraído a la humanidad.
Hace ya muchos años que caí
atrapado en las redes del pueblo de las Colinas o el pequeño pueblo de la Paz
como algunos llamaron desde ya lejanas épocas. La edad me hizo crecer con sus
historias, libros y películas. Ese mismo
reloj biológico, provocó que durante un tiempo no muy extenso, lo dejara en el
viejo baúl de los recuerdos para volver a retomar sus leyendas cada cierto
tiempo, como impulsado por un extraña llamada interior que se escuchaba desde
lo más profundo de mi ser. Imagino que a muchos les habrá ocurrido algo
parecido… y otros tantos que ni tan siquiera hayan reparado en la magia de un
mundo que les fue dado a conocer desde su más tierna infancia y que en
consecuencia, fuera desterrado de sus vidas casi en un descuido, de forma
irremediable.
Ya en la antigüedad se hablaba de
la no conveniencia de citar sus verdaderos nombres, prohibición que no hacía
más que contentar los deseos de un pueblo invisible que les repugna dejarse
describir o clasificar. Seres al mismo tiempo benévolos o terribles que desde
su origen pueblan el reino del arte, de la poesía, el sueño, la inspiración y ¿por qué no? La fantasía
que todos llevamos dentro.
Hadas, duendes,
brujas, … que son reflejo de nuestros anhelos y esperanzas pero también de
nuestros miedos; y que habitan ante todo en el corazón del niño que nunca
debiéramos dejar de ser.
Las hadas aparecen en las
crónicas locales de la historia, en los relatos del folclore, en la mitología
del mundo y en esos cuentos maravillosos
que nos son legados por nuestros antepasados.
Sin ánimo de extenderme en
demasía, intentaré definir ¿Qué son las hadas?. Os sorprendería saber la
multitud de reseñas que aparecen sobre ellas desde el comienzo de los tiempos.
De forma generalizada diré que son seres mágicos que habitan en lugares ajenos
al ojo humano y por tanto, cuestionadas desde su mismo origen. Podríamos diferenciarlas
tanto por su apariencia como por su origen. Algunas son de aspecto humano y de
incomparable belleza, de radiante juventud y dotadas de poderes ocultos o
sobrenaturales. Otras, en cambio, son de estatura mínima, de cuerpo translúcido
y dotadas según nos narran, de pequeñas alas de mariposa o libélula. Su piel es
de colores tenues, y su apariencia se confunde en numerosas ocasiones con las
plantas y flores de las que se consideran guardianas. En la Edad Media
mencionaban que estaban dotadas de una seducción de la que ningún mortal podía resistirse
y solían ser descritas como princesas de bellos ropajes y virtudes
inimaginables.
Existen hadas de los bosques, de
los jardines, de las fuentes, de los lagos, de las montañas y de todo lo
relacionado con la propia naturaleza de la que se sienten parte común. Es quizá
esta última versión la que más peso ha tenido a lo largo de los siglos de
historia en cada una de las culturas del planeta (germánicas, nórdicas,
anglosajonas e incluso hispanas) y una de las versiones con la que más me identifico. Una divinidad de la naturaleza, asociada
especialmente a los árboles y protectora de su belleza.
El mundo de las hadas,
tal y como decía Brasey, ofrece a quien quiere abordarlo, una vía en la que hay
que saber perderse antes de encontrarse. No conocen el libre albedrío del
hombre, ni los conceptos del bien y el mal. No son ni buenas ni malas, sino más
bien ambas cosas pero sin tan siquiera tener conciencia de las consecuencias
benéficas o desastrosas de sus actos. Se mueven por capricho o por impulsos. De
hecho tienden a ridiculizar todo lo humano por verlos carentes de sentido
natural. Son presencias invisibles que residen en las flores, en los árboles,
en el viento, en la primavera y en las colinas a la luz de una luna oscura.
Hubo un tiempo en que el hombre temía a la naturaleza, templo de insondables
interrogantes. Sencillamente honraba sus designios y no se había convertido aún
en un ser altivo y ambicioso capaz de destruir un valle o una montaña para
crear una autovía. No se creía en el dueño absoluto de la creación y sabía
respetar a esos guardianes de la naturaleza que recibían el nombre de hadas,
ninfas, elfos o silfos. Más tarde, la
cristiandad y otras creencias, tejieron un grueso velo de santidad a todos
aquellos lugares sagrados que rememoraban mil historias y leyendas.
Cada vez que un niño dice: “No
creo en las hadas” hay una, en alguna parte, que muere” Peter Pan
DEDICADO CON CARIÑO A MI BUENA AMIGA ARWEN, PORQUE SUS OJOS VEN LO QUE LO QUE VEN LOS MÍOS.
CHARLES BLAKE
Ays yo creo en las hadas, en los duendes, en todos aquellos que nos llevan al país de nunca jamas al mundo de los sueños...
ResponderEliminarUn placer siempre venir a leerte
Bella dedicatoria a tu amiga seguro que cuando lo lea la encantará.
ResponderEliminarUn beso.
Un gusto leerte....
ResponderEliminarUn gusto teneros como amigas.
ResponderEliminarBesos.