CHARLES BLAKE

Para soñadores que como yo, plasman sus pensamientos sobre un papel en blanco.

miércoles, 5 de junio de 2013

RIGORES DE LA INFANCIA




El miedo.
 Hace años, cuando apenas llegaba a los diez años de edad, me mudé a una urbanización en las afueras de la ciudad. Hoy en día es un residencial repleto de casas de todo tipo, formas y colores,  y un bullicioso lugar donde es difícil encontrar aparcamiento en cualquiera de sus serpenteantes calles. Pero cuando nos trasladamos al que hoy es el hogar de mis padres, recuerdo que mirase  donde mirase, todo se encontraba repleto de hierbas, plantas y arbustos de tamaño  inimaginable. Era un lugar ideal para juegos, paseos y  poder disfrutar del inigualable olor a campo.  Un mundo imaginario donde explorar tierra virgen y cumplir mil aventuras.
Fue una de las primeras casas levantadas en el lugar, y durante largo tiempo, pude disfrutar de sus sutiles cambios de fisonomía casi sin tener consciencia de que era el comienzo del fin. Poco a poco comenzaron a elevarse esqueletos de cemento y ladrillo en algún rincón rodeado de tierra removida y campos de flores silvestres. Pronto me fui  adaptando a las nuevas oportunidades que ofrecía el lugar y en cuanto hice mis primeras amistades, decidimos explotar no solo los recursos naturales, si no los creados por la misma mano del hombre. Pasamos de jugar al pilla-pilla escondite entre las gigantes matas de margaritas que llegaban a cubrir nuestro cuerpo al completo, a jugar a la conquista de nuevos territorios. Era una época donde todavía se podía disfrutar de las largas y cálidas noches de verano sin temor a que alguna madre impertinente interrumpiera nuestros sueños y hazañas.
En una parte de la amplia urbanización, se levantó una estructura de grandes dimensiones que llegaba a ocupar casi toda la parcela. Primero jugamos a tirarnos desde la primera planta al montón de arena de obra que nos esperaba abajo como si de un colchón de plumas se tratara. Luego jugamos a Tarzán en sus lianas con la ayuda de una enorme soga que colgaba de mala manera sobre un pilar de cemento armado. Pero en cuanto empezó el periodo vacacional, descubrimos que aquel inhóspito lugar comenzaba a erguirse en tres enormes plantas como si de un castillo medieval se tratara. Las noches fueron las que dotaron a la misteriosa casa de una magia de la que pocos pudimos resistirnos. Era como un imán que nos atraía poderosamente la atención, al igual que la sedosa telaraña atrae a los pequeños insectos. La perspectiva de la edificación cambiaba enormemente su visión al ser envuelta entre sombras de oscuridad y la calurosa brisa que removía sus huesos entre quejidos y llantos de mujer. La imaginación puso de su parte en nuestras cabezas ansiosas de acción y lo que pareció ser en un principio un juego  inocente, terminó por convertirse en una peligrosa costumbre. Todo consistía en probar el valor de cada uno de los presentes cuando llegaban las doce. Conocíamos cada rincón, escalera y habitación levantada durante el día, pero nada parecía igual en cuanto las manecillas del reloj cubrían de oscura noche aquella especie de enorme jaula de ladrillos y hierros. Tan solo la débil luz de la luna y una penosa farola callejera, parecían dar un tibio color amarillento al conjunto. Uno por uno debíamos subir a la planta más alta y permanecer allí quietos durante eternos minutos hasta batir el record del anterior desventurado. Si nuestras madres hubieran sabido por donde subíamos y donde nos metíamos, hubieran puesto el grito en el cielo. Pero muchos de los mejores recuerdos de nuestra infancia no suelen ser compartidos con los progenitores por miedo a la desaprobación adulta.

Los más valientes llegamos a depositar una piedra a modo de símbolo en la planta superior de aquel mausoleo, de manera que pudiera comprobarse a la mañana siguiente quién había llegado más lejos y cuánto de dificultad habría supuesto permanecer allí, rodeado de un manto negro y pendientes de algún ruido extraño que alertara nuestros sentidos. Es justo reconocer que un cosquilleo indescriptible se dejaba notar por el bajo vientre con cada peldaño superado y esa misteriosa sensación, mezcla de miedo y excitación, llegó a acompañarme durante el resto de mi vida.

Este verídico relato lo pongo en conocimiento en el día de hoy porque siempre he pensado que el miedo es una muy extraña emoción. Por un lado es capaz de dejarnos paralizados en el peor de los casos y por otra parte, nos ofrece un sinfín de atrayentes emociones  que convierten nuestro organismo en una burbujeante carga de adrenalina que tonifica cada músculo del cuerpo, dotándolo de bienestar al poco tiempo de ser cesado de estímulos. ¿Quién no se ha dejado tentar por el sobresalto de una película de terror o por una novela gore donde todo puede ser posible y nada es lo que puede parecer; O tirarse en tirolina o realizar algo que sabemos que no está dentro de nuestra capacidades o aptitudes?
Pero claro, aún sabiendo que el miedo es un mecanismo innato de defensa que nos acompaña desde tiempos inmemoriales y nos ayuda a enfrentarnos a un peligro real, también debemos ser conscientes de que  existen miedos psicológicos, imaginarios e incluso irracionales que pueden convertir la vida de uno en una auténtica pesadilla.
Ese miedo, el miedo psicológico, no tiene nada que ver con cualquier peligro real y puede adoptar diferentes formas: preocupación, ansiedad, nervios, tensión, temor, fobia, etc. El miedo psicológico siempre aparece cuando te enfocas en algo que podría ocurrir en un futuro o repetirse del pasado y no en lo que ya está ocurriendo en el mismo presente.

Y ahí quería yo llegar, cuando hablamos de lo  difícil que es controlar la delgada línea que separa el miedo real del imaginario. Eso es lo que pasó en el siguiente relato que paso a narrarles a continuación en mi siguiente entrada, en la etiqueta de cuentos asombrosos y fruto de mi desbordante imaginación y lectura desmedida:

CHARLES BLAKE

2 comentarios:

  1. Llámalo miedo, pero hay innumerables miedos, unos son excitantes y externos, como los miedos infantiles que como tu, todos hemos experimentado alguna vez; pero hay otros miedos que vienen del interior,el miedo al fracaso y a nosotros mismos que nos paralizan y aveces resultan insuperables.
    BUENA ENTRADA en estos tiempos de amenazas y sembradores de miedos.
    UN ABRZO.

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  2. Cuando el miedo a lo mediocre como medio de vida me invade, apareces contando lo que la superación de un puver hizo y compartí sin pensar en más que la satisfacción del reto conseguido. Gracias de quién tuvo el placer de compartirlas contigo.

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