Hace unos años,
leí un antiguo cuento oriental. Buscaba y buscaba alguna historia que pudiera
ser leída por mis alumnos con la intención de que llevara sus
enseñanzas entrelazadas con cada palabra, cada renglón de sabios conocimientos.
A día de hoy, suelo recurrir a ella con asiduidad para recordar a mis
"chicos y chicas" la oportunidad que les ofrece la vida.
La sabiduría
oriental, tan aparentemente alejada de la realidad occidental, guarda sus
"tesoros" para ser descubiertos por cualquier mortal que se anime a
descubrirlos. La sencillez de sus planteamientos contrasta con la fuerza de sus
verdades provocando un aprendizaje vital en quien los lee.
Cuando esta
historia cayó en mis manos no pude dejar de sonreir. La leí. Después la releí.
Finalmente... la hice mía.
La magia de los
cuentos e historias es precisamente que son atemporales, que siempre tienen
vigencia en la vertiginosa evolución del hombre hacia no se sabe bien dónde.
Son faros guías que iluminan nuestros destinos y nos permiten recordar quienes
somos o qué queremos hacer en nuestras vidas.
Ruego que las
siguientes líneas sean leídas con atención. Que quien las lea, respire por un
instante bajo la piel de quien la protagoniza. Que una vez leída, sea vuelta a
leer. Dejad que sus palabras llamen a vuestro corazón, que despierten al ser
que llevais en vuestro interior. Si alguien que la conozca considera algún
cambio a como la conocía, no tomarlo a mal. Simplemente me dejo llevar. Ya me
conocéis.
Disfrutadla:
Ocurrió en un
lejano país. Un día se presentó ante un anciano con fama de hombre sabio, un
joven de aspecto angustiado y ojos entristecidos. Cuando llamó a su puerta,
dijo de forma apresurada:
- Maestro,
perdone mi inoportunidad, pero estoy desesperado. Soy un miserable. No sirvo
para nada. Me faltas fuerzas para emprender cualquier cosa que me proponga.
Cuando intento algo nuevo, me dejo vencer por la dificultad. Pienso
que en realidad no sirvo para nada. Mi vida es un verdadero fracaso. Ya nadie
me escucha ni aprecia la buena intención de mis palabras. Me siento
desfallecer. ¿Qué puedo hacer?. Usted es un hombre sabio. Estoy dispuesto a
serviros en lo que estiméis oportuno a cambio de vuestra ayuda. Por favor,
guíeme hacia una solución.
El
anciano se mesó su barba pausadamente. Lo miró brevemente y pensó su respuesta:
- Es una
lástima muchacho que no pueda ayudarte. Primero debería yo mismo de resolver mi
propio problema.
Se hizo un
incómodo silencio en el portal de su casa. El chico miraba al suelo, el anciano
miraba al vacío. Finalmente añadió:
- Si quisieras
ayudarme tú a mí, yo podría resolver el asunto que tanto me preocupa.
Quizá tuviera tiempo para tí. Quizá entonces pudiera ayudarte.
- De acuerdo
maestro -contestaron unos ojos que volvían a brillar como antaño. Una amplia
sonrisa acompañaba ahora al chico- ¿Qué puedo hacer por tí?
El sabio se
miró los largos y delgados dedos de una mano. En el dedo meñique de su mano
izquierda portaba un anillo de color gastado.
- Este anillo
debe ser vendido para pagar una deuda que me aqueja desde hace siete noches.
Cógelo con cuidado y dirígete al mercado de la ciudad para venderlo por la
mayor suma posible. Pero no olvides cuando llegues, que no deberás aceptar
ninguna oferta que no supere al menos una moneda de oro. ¡Vete, vete cuanto
antes y regresa lo más rápido que puedas! - añadió dando pequeños golpecitos en
el hombro del muchacho.
Salió corriendo
en cuanto cogió el anillo y no tardó en llegar al bullicio de la ciudad. Lo
ofrecía a unos y otros con la mejor de sus sonrisas. Recitaba palabras y
cantaba versos con melodiosa voz para dirigirse a los transeúntes. Algunos
llegaron a interesarse por el anillo, pero en cuanto les anunciaba el precio de
semejante pieza, desestimaban la compra sin pensarlo dos veces. Muchos reían al
escuchar la oferta; otros ni se dignaban despedirse mientras se alejaban
medio ofendidos.
Tan solo un
hombre de edad avanzada que estudió la mercancía con detenimiento,
propuso ofrecerle una moneda de plata y otra de cobre. Se molestó en explicarle
al chico con cierta dulzura, que el precio de tal anillo era desorbitado para
el valor real que poseía. El joven lo escuchó con educación, pero a sabiendas
de las claras instrucciones que le fueron encomendadas, no pudo más que
rechazar con un cortés saludo la oferta del buen hombre.
Permaneció allí
hasta caer la tarde, intentando una y otra vez la venta a todo aquel que se
cruzara en su camino. Abatido una vez más por su fracaso, regresó a la morada
del sabio. Su cabeza le decía una y otra vez: "Si pudiera ayudar al
anciano.. si tuviera una moneda de oro... yo mismo se la daría al anciano sin
pensarlo"
La puerta le
esperaba abierta. La casa permanecía en silencio. Cuando entró en la habitación
del hombre sabio, susurró:
- Lo siento
noble maestro . No pude conseguir lo que me pediste. Podría haber traído
dos o tres monedas de plata pero no sería digno de mí. No puedo engañar a nadie
sobre el valor real del anillo.
- Hermosas son
tus palabras, lúcidos tus pensamientos, joven amigo -contestó alegremente el
anciano- Es una verdad incontestable que lo primero que debíamos haber hecho es
conocer el verdadero valor del anillo. Deberías acudir al joyero de la plaza y
preguntar por su precio. ¿Quién mejor que éste para dar luz a nuestro problema?
El chico lo
escuchó con atención. Poco a poco brotaba nuevamente en él un hilo de esperanza
¡Podía ayudar al anciano!. Cuando estaba a punto de salir por la puerta,
escuchó las últimas indicaciones del dueño del anillo:
- ¡Espera,
chiquillo! Quiero que recuerdes una sola cosa: No importa el dinero que te
ofrezca por el anillo. ¡No quiero que se lo vendas! En cuento tengas su
respuesta, vuelve de inmediato a mi casa.
El
muchacho obedeció una vez más y dejó el anillo en las expertas manos del
joyero. El hombre de mediana edad acarició el material. Al poco dirigió la luz
de su lámpara al objeto para observar los detalles. Siguió examinándolo sin
prisas, con ayuda de una enorme lupa. Pasó un paño por la superficie, vertió
una gota de un líquido extraño en una de sus partes. Por último lo pesó.
Finalmente
sentenció:
- Bueno chico,
dile a tu maestro que si desea venderlo ahora, no puedo darle más de 50 monedas
por su anillo.
Sorprendido y
dubitativo, el joven respondió:
- Pero... ¿Qué
monedas?
- ¡Hijo de
Dios! ¿De qué van a ser?, pues de oro.
¡50 monedas! El
muchacho no daba crédito a sus palabras y mientras pensaba en el número de
monedas, escuchó la voz del joyero por segunda vez:
-
Verás, chico. Si dispusiéramos de tiempo, quizá podríamos sacarle unas 70
monedas, pero me dices que la venta es urgente y... no dispongo de más
efectivo.
No dio tiempo a
más. El joven agarró el anillo y corrió veloz a la casa del maestro. Debía
contarle lo sucedido en la joyería.
El anciano lo
esperaba pacientemente en el suelo de su salón.
- Siéntate, mi
joven amigo. Te noto acelerado....
El sabio lo
escuchó sin interrumpir ningún momento. Dejó que las explicaciones de su joven
discípulo, corrieran por su boca como un arroyo en primavera.
Cuando hubo
terminado, entonces se dirigió a este con estas sabias palabras:
- Yo diría que
tú eres muy parecido al anillo que tuviste entre tus manos. Una joya única,
diferente y valiosa; y como tal, solo podrá evaluarte un verdadero experto.
Volvió a
colocarse el anillo en su dedo y continuó:
- ¿Pensabas que
cualquiera podría descubrir su valor? Muchacho, vivimos en un mundo en el que
es fácil ser juzgado. No creas nunca al pie de la letra en lo que puedan decir
sobre tí; ni bueno ni malo. Sólo cree en lo que puedes hacer, cree en lo que
puedes ser... cree en TÍ. Lo demás... vendrá por sí solo y las personas te
verán como tú mismo quieres que te vean.
CHARLES BLAKE
Hermoso cuento con un buen mensaje. No somos lo que creemos ser ni lo que otros creen que somos. Somos lo que hacemos.
ResponderEliminarLes gustará a tus "chicos-as" y a más de uno podrá ayudarle.
abrazos
Muy hermoso este cuento leyenda enseñanza, jejeje, que nos has dejado.
ResponderEliminarA veces no le damos importancia a las cosas en todo su valor, somos muy superficiales y no valoramos las cosas en su justa medida.
Me ha gustado
un abrazoooooo
Me ha gustado mucho.Espero que tu vida sea igual. Es un placer que describas las cosas como a todos nos gusta leerlas.Somos loque somos,no lo que deseariamos ser y tu eres especial.muchos besos.
ResponderEliminarIrene Goga
Me gustó, seguro que a tus chicos y chicas también.
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