Empieza a nublarse el cielo y
acelero el paso.
La madurez: Punto de máximo sabor
de un fruto. Sensatez, cordura…
El camino se ofrece al frente;
extenso, interminable.
Marcho a buen ritmo, no me quejo.
De cuando en cuando, me vuelvo y echo la
mirada atrás. ¡Qué lejos queda todo! Pienso, evalúo y decido continuar. Llevo los
bolsillos cargados, aún puedo notar su peso. Algunas cosas acabo de recogerlas del camino,
otras son ya parte de mis pertenencias. Las llevo desde hace mucho. Palpo el bolsillo
derecho y me encuentro unos gramos de esperanza, fotografías de los míos, una
pizca de sabiduría y una dosis de paciencia. Esta última la acaricio con
ternura. Debo guardarla bien. Los tiempos siempre cambian y no debo perderla
así como así. Al fondo, si alargo bien uno de mis dedos, sé que me queda una
buena dosis de amor. Sonrío al sentir su calor. Eso me reconforta.
Rozo mi bolsillo izquierdo, con
recelo; ese me da más respeto. Lo acaricio porque forma parte de mi cuerpo,
parte del trecho recorrido. En él hay unas cuantas piedras de imprudencia, un
saquito de errores y un mucho de sinsabores. También hay recuerdos; algunos agradables
y otros que no merecen ser revividos, unos que pesan mucho y otros que dejaron
de hacerlo. Pertenecen al pasado. Necesito tocarlos… saber que siguen ahí. No
debo olvidarlos.
Miro de nuevo al frente. Parece que
va a llover.
Algunas cosas se perdieron en la vereda. La inocencia debió escaparse poco a poco, casi sin decir adiós. Un
pequeño roto en la tela debió provocar que se fuera desgranando como arena del desierto.
Lo mismo ocurrió con los miedos, pero ésos los debí olvidar sin poner empeño. Recuerdo que también perdí un trocito de
ambición. Lo debí hacer unos cuántos kilómetros más allá. Tantas tormentas y el frío invierno
provocaron que se escabullera de puntillas. Resoplo. Aún queda algo.
Ahora un breve suspiro.
Hace mucho que
dejé caer la arrogancia, ese adorable perfume que nos hace creer invencibles. La dejé junto a un árbol dónde otros lo hicieron antes.
No la echaré de menos.
Las primeras gotas no se dejan
esperar. Pronto la tierra olerá a
tierra. La hierba olerá a hierba. Pero el hombre, ese que camina erguido,
seguirá oliendo a mundo, como todos.
Me aseguro bien la mochila. Llevo
tiempo tirando de ella. Me acostumbré a sentirla sobre mi espalda hace demasiadas noches. No
recuerdo cuando empezó esa sensación. Con
cada paso dado, notaba que se iba haciendo más y más profunda. Viene repleta de
esperanzas, un gran madero de voluntad y un pellizco de sentido común; pero al
mismo tiempo sobrellevo una bolsita de pérdidas ¡Cuánto echo en falta ver
dormir a mi hijo cada noche! Pérdidas, sí. Cosas que siguen estando ahí pero
que dejan de ser tangibles. También llevo un buen paquete de fracasos y frustraciones,
de decisiones equivocadas, de sentencias que no merecí, un ovillo de inseguridades y más al fondo, cubierto
entre mantas de superación y rebeldía…un mucho de cansancio.
Hace tiempo que aprecié las
primeras arrugas, esos pequeños surcos que recorren mi expresión del alma. Parte del
cabello perdió su color e incluso es probable que se haya apagado algo de ese brillo que mis ojos lucieron. Las piernas… siguen el paso, pero les falta el vigor
de antaño. Apoyo la palma de mi mano en el pecho, donde guardo el corazón. Éste
sigue latiendo, a excelente ritmo diría yo. Me consuela saberlo.
De cuando en cuando la pendiente
me obliga a parar. Necesito tomar un respiro. Divisar el horizonte desde la
quietud. Aún queda mucho. Se despereza el viento, caracolea con mis cabellos, noto
cómo acaricia, suavemente, mi cuello desnudo. Hoy parece que tiene ganas de jugar.
Existe más complicidad entre nosotros. Quizá quiera hablar conmigo, susurrarme sus secretos. Entonces decido hablarle.
- -
¿Hacia dónde me llevas?
- - ¿Acaso es importante? –me responde.
- -
Pero necesito saber que hay detrás de esas
montañas –le insisto.
- -
¿Ves las montañas? – hace una pausa- Entonces tú
mismo lo comprobarás.
- -
Pero… ¿queda mucho para llegar?
- -
El necesario…
- -
Pero dime al menos porqué a veces el camino es tan amplio que podría correr de un lado
a otro y otras, en cambio, no consigo atravesar su estrechez.
- -
Probablemente porque así lo ven tus ojos.
- -
¿Y porqué a veces siento desfallecer? Noto que
mis piernas no responden como antes lo hicieron.
- -
Porque si no lo hicieran, ya nada sería igual.
Te indican que sigues vivo, que te esfuerzas por continuar.
- -
Agradezco tus palabras querido amigo, pero llevo mucho pensado.
Quizá no sea necesario recorrer tanto esfuerzo. Ya le canté muchas veces a la luna. Recité
hermosas palabras al sol. Mil historias les conté a las flores del camino.
Incluso creo que llegué a gritar a los grandes valles. ¿Para qué sirvió?
- -
Probablemente tu problema sea que te haces demasiadas preguntas. Te diré un
secreto, algo que jamás fue contado para muchos: lo verdaderamente importante no es a dónde
llegarás. Ni siquiera es preciso saber cuándo lo harás. No será necesario
conocer el cómo lo conseguiste o las heridas que surgieron. Lo importante es que hay un CAMINO por recorrer,
y tus pies… siguen andando uno detrás del otro. Tu alma necesita encontrar, y
tu piel necesita sentir. Sigue pues, hacia el frente. Abre bien los ojos y no
dejes nada al azar. Disfruta del trayecto en todo lo que éste te pueda ofrecer...
Se hace de nuevo el silencio. Parece que el viento se aleja
hacia aquellas nubes oscuras. Quedaban más preguntas... pero aún hay camino para el reencuentro. Alzo la vista a las lejanas tierras. El cielo sigue gris,
triste y plomizo; pero creo que unos pasos más allá, si sigo a buen ritmo, dejaré
las nubes muy atrás. Seguro que me espera buen tiempo. Con un poco de suerte,
es probable que el sol me esté esperando.
Acelero el paso. Buscaré nuevos versos que alegren su espíritu. Si le gustan… puede que me dedique una de sus infinitas sonrisas.
CHARLES BLAKE